En el crepúsculo vespertino de una noche de verano, en una ciudad del norte de Alemania, el doctor X fue descubierto por un sereno mientras cometía actos indecentes con un labriego en el campo. Con el pene dentro de su boca, le estaba practicando la masturbación. El doctor X se libró del juicio porque las autoridades judiciales cerraron el caso ante la ausencia de publicidad, y porque no se había producido la penetración anal. Entre los efectos personales de X se encontró abundante correspondencia de carácter sexual perverso, la cual demostraba que desde hacía años el médico había practicado coitos contra natura con todo tipo de gente.
El doctor X provenía de una familia neurótica: su abuelo paterno se había suicidado durante un ataque de locura; su padre era un hombre débil y extraño; tenía un hermano que se masturbaba desde los dos años; un primo suyo, que era un perverso sexual, de joven había practicado actos parecidos a los de X, había sido declarado debil mental y había muerto de una enfermedad espinal; un tío abuelo por parte de su padre era hermafrodita; su tía materna estaba loca, aunque su madre, al parecer, gozaba de buena salud; el hermano de X era una persona nerviosa e irascible.
X también había sido nervioso de niño. Le asustaban mucho los maullidos de los gatos y si alguien imitaba la voz de un gato él lloraba amargamente y buscaba protección. El menor problema físico le producía violentas fiebres. Era un niño tranquilo y soñador, de imaginación excitable, pero con limitadas capacidades intelectuales. No se le daban bien los juegos masculinos, sino que prefería los femeninos; le gustaba en especial rizarle el pelo a la criada y a su hermano.
A la edad de trece años, X fue al instituto, donde se dedicaba a seducir a sus compañeros y a practicar con ellos la masturbación mutua; por su actitud cínica e inaceptable fue expulsado y tuvo que regresar a casa. Entre sus pertenencias, sus padres encontraron cartas de amor con contenidos lascivos, que revelaban una sexualidad perversa. Desde los diecisiete años estudió con un profesor particular que lo vigilaba de modo estricto, pero hacía pocos progresos; sólo tenía talento para la música. Después de terminar sus estudios, a los diecinueve años, el paciente entró en la universidad. Allí destacó por su carácter cínico y por juntarse con jóvenes tendentes al amor masculino. Comenzó a actuar como un dandi, vistiendo corbatas llamativas y camisas ajustadas; usaba zapatos excesivamente estrechos y se rizaba de modo un tanto exagerado. Esta peculiaridad desapareció cuando dejó la facultad y regresó a casa.
A la edad de veinticuatro años, X ya era neurasténico. Hasta los veintinueve, se dedicó con seriedad a su profesión, pero no frecuentaba el sexo opuesto y constantemente se dejaba ver con hombres de carácter dudoso.
El paciente no permitió que le hiciera un examen personal. Dio la excusa por escrito de que no sería de ninguna utilidad, ya que la inclinación que tenía hacia su propio sexo había existido en él desde su más temprana niñez y era congénita. Siempre tuvo horror a las mujeres, y nunca sintió la inclinación de abandonarse a sus encantos. Respecto a los hombres, se situaba en el papel masculino. Reconoció que su impulso hacia su propio sexo era anormal y disculpó su indulgencia sexual como el resultado de una condición natural anómala.
A partir de aquel incidente, el doctor X vivió fuera de Alemania, en el sur de Italia y, tal como supe por una carta, continuó practicando el amor nefando. X es un hombre sincero, de aspecto mascu1ino, barba cerrada y con los genitales desarrollados normalmente. Recientemente, me envió su autobiografía, de la cual resulta digno de mención lo siguiente:
"Cuando a los siete años entré en una escuela privada me sentí muy incómodo y no me agradaron mis compañeros. Sólo me sentí atraído hacia uno de ellos, un niño muy guapo al que amé con locura. En los juegos infantiles siempre me las arreglaba para aparecer vestido de niña y mi mayor placer consistía en hacer peinados complicados a las criadas de la casa. Siempre lamenté no haber nacido niña.
Mi instinto sexual se despertó a los trece años y desde el principio se dirigió hacia hombres fuertes y varoniles. Al principio yo no pensaba que eso fuera anormal, pero lo supe cuando vi y escuché cómo funcionaban sexualmente mis compañeros.
Empecé a masturbarme a los trece años. Cuando tenía diecisiete dejé la casa de mis padres y me trasladé a estudiar a una gran capital, donde fui alumno de un profesor que estaba casado, y con cuyo hijo tendría después relaciones sexuales. Fue con él con quien sentí por primera vez satisfacción sexual. Más tarde conocí a un joven artista, que muy pronto notó que yo era anormal y me confesó que él era de la misma condición . Supe por él que esta anomalía es muy frecuente; dicho conocimiento me hizo superar el problema en que vivía al suponer que yo era el único en padecerla. Este joven conocía a muchas personas de nuestra condición, y me las presentó. Llegué a ser objeto de atención general, pues en todas partes me consideraban muy atractivo.
Enseguida un viejo caballero se enamoró perdidamente de mí, pero a mi no me gustaba, así que aguanté con él poco tiempo. Luego me quedé prendado de un funcionario guapo y joven, que tuve a mis pies; el fue realmente mi primer amor.
Después de pasar el examen final, cuando tenía diecinueve años, y libre ya de la disciplina de la escuela, conocí a un gran número de personas como yo, entre ellas a Karl Ulrichs (Numa Numantius).
Más tarde, cuando empecé a estudiar Medicina y me vi rodeado de jóvenes normales, me sentí muchas veces obligado a visitar con ellos los burdeles. Tras haber pasado sin pena ni gloria por varias prostitutas, algunas de las cuales eran muy hermosas, la opinión que se hicieron mis conocidos fue que yo era impotente, y personalmente contribuí a esta idea contándoles fantasiosos excesos sexuales anteriores. Por entonces mantenía numerosas relaciones externas con personas que apreciaban mis encantos, pues me consideraban muy hermoso. Como resultado de ello siempre había alguien prendado de mí, y recibía tal cantidad de cartas de amor que a menudo no sabía qué hacer.
El colmo llegó cuando era médico residente en el hospital. Allí me convertí en un personaje célebre, y las escenas de celos que tuvieron lugar por mi causa estuvieron a punto de hacer que se descubriera mi condición.
Poco después sufrí una inflamación de la articulación del hombro, de la que me recuperé en tres meses. Durante dicha enfermedad me pusieron inyecciones subcutáneas de morfina varias veces al día. Luego interrumpieron el tratamiento bruscamente, pero yo continué administrándomelas en secreto tras la recuperación. Debido a unos cursos de especialización pase variosos meses en Viena, antes de empezar a practicar la medicina. Allí, gracias a algunas recomendaciones, entré en contacto con diversos círculos de gente como yo. Me enteré de que la anormalidad en cuestión, en sus diversas formas, es frecuente tanto en las clases más bajas como en las más altas, y que tampoco son raros quienes la practican por dinero entre las clases altas.
Cuando me establecí en el campo intenté curarme del hábito de la morfina por medio de la cocaína, pero sólo conseguí convertirme en una adicto a la cocaína, de la cual, después de tres recaídas, logré librarme al fin hace unos dos años. En aquella situación me era imposible encontrar satisfacción sexual, ya que el placer que me daba la cocaína había superado cualquier otro deseo.
A instancias de mi tía, una vez que me libré de la cocaína, hice un viaje de pocas semanas con el fin de mejorar mi salud; fue entonces cuando los impulsos perversos se despertaron nuevamente en mí con toda su antigua fuerza.
Una tarde, mientras me hallaba en las afueras de la ciudad divirtiéndome con un hombre, fui descubierto por las autoridades y recibí una advertencia. Pero, según la opinión expresada por el tribunal supremo del reino de Alemania, el acto del que fui acusado no era condenable por ley. Sin embargo, tuve que cuidarme, ya que mi crimen había sido anunciado públicamente. Me di cuenta de que debería abandonar Alemania y encontrar un nuevo hogar donde ni la ley ni la opinión pública se opusieran a este impulso, que, al igual que todos los instintos anormales, no puede ser superado cor la voluntad.
Como siempre fui consciente de que mis impulsos son contrarios a las costumbres, he intentado dominarlos repetidamente, pero el resultado es que han hecho más fuertes después de estos esfuerzos. Igual les ha ocurrido a mis amigos. Como siempre me he sentido atraído por individuos masculinos, juveniles y fuertes, y éstos muy raramente deseaban acceder a mis deseos, me veía obligado a pagar por ello; pero dado que mi deseo se limitaba a personas de las clases más bajas, siempre fui capaz de encontrar a quien comprar con dinero.
Espero que las siguientes declaraciones no despierten su repugnancia. Al principio pensé en omitirlas, pero con objeto de no dejar incompleta mi historia las he incluido, ya que le servirán para enriquecer su material clínico. Me veo obligado a llevar a cabo el acto sexual de la siguiente manera: tras introducir el pene del joven en mi boca, se lo chupo hasta que eyacula. Entonces escupo el esperma en su perineo. Luego junto sus muslos y meto mis pene entre ellos. Cuando hago esto es necesario que el joven me abrace con todas sus fuerzas. He encontrado que... que de esta manera me siento totalmente satisfecho.
En lo relativo a mi persona, aún debo mencionar lo siguiente: mido 186 centímetros de altura, soy de aspecto masculino y, a excepción de una irritabilidad anormal de la piel, gozo de buena salud. Tengo el cabello y el pelo de la barba negro y abundante. Mis genitales son de un tamaño medio y constituidos normalmente. Soy capaz, sin ningún signo de agotamiento, de repetir el acto sexual entre cuatro y seis veces cada veinticuatro horas. Mi vida es muy regular. Consumo alcohol y tabaco de vez en cuando. Toco el piano bastante bien y algunas de mis composiciones han sido muy aplaudidas. Ultimamente he terminado una novela, que, en tanto que opera prima, ha sido muy favorablemente acogida por mis amigos. Trata de varios problemas inspirados en la vida de homosexuales.
Entre el gran número de personas que he llegado a conocer, he podido hacer diversas observaciones relativas a la homosexualidad y a sus grados de anormalidad, de manera que, quizá, las siguientes curiosidades podrían serle útiles:
Lo más anormal que he conocido fue el impulso de un caballero que vivía en Berlín: prefería, por encima de todo, los jóvenes con los pies sucios, que lamía apasionadamente. Algo parecido le ocurría a un señor de Leipzig: siempre que podía les introducía la lengua en el ano, preferentemente sin limpiar. Además, varias personas me han asegurado que ver las botas de montar o ciertas partes de los uniformes militares les produce tal excitación que eyaculan de manera espontánea. Y un hombre de París obligó a un amigo mío a orinar en su boca.
En cuanto a los hombres que se consideran mujeres, lo que no es mi caso, hay dos personas en Viena que son buenos ejemplos. Se han puesto nombres femeninos. Uno es un barbero que se hace llamar Laura la Francesa. El otro era antes carnicero y se hace llamar Fanny. Durante el carnaval, ninguno de ellos dejaba pasar la oportunidad de disfrazarse de mujer.
En Hamburgo hay uno de quien mucha gente piensa que es mujer, porque siempre va con vestidos femeninos; en raras ocasiones sale a la calle, siempre vestido de mujer. Una vez este hombre pretendió ser la madrina de un bautizo y, a causa de ello, se armó un gran escándalo. La timidez femenina, la frivolidad, la obstinación y la debilidad de carácter son la regla en tales individuos.
Conozco también varios casos de sexualidad perversa en los que coexisten la epilepsia y la psicosis. Las hernias son también frecuentes. En la práctica, muchas personas vienen a mí para que las trate de enfermedades del ano, recomendadas por mis amigos. He visto dos chancros sifilíticos y uno local, así como varias fisuras anales. En la actualidad estoy tratado a un caballero con unos condilomas en el ano que forman un tumor redondo tan grande como un puño. También vi en Viena un caso localizado en el paladar blando, en un joven que solía ir a los bailes vestido de mujer y seducía a los muchachos. Luego, fingiendo tener la menstruación, los inducía a practicar el sexo oral. Me dijeron que de esta manera logró engañar a catorce hombres en una tarde.
Como en ninguna de las publicaciones sobre Antipatía sexual he encontrado alusión alguna a las relaciones sexuales de pederastas entre sí, me aventuro a comunicarle algo como conclusión: tan pronto como los individuos afectados de una sexualidad invertida se conocen entre sí, suelen contarse detalladamente sus experiencias, sus amores y sus seducciones, hasta donde lo permite la diferencia social entre ellos. En muy pocos casos se omite dicha práctica con los nuevos conocidos.
Entre ellos se llaman tías y en Viena hermanas. Dos prostitutas muy masculinas de Viena, que yo conocí por casualidad y que vivían una relación sexual muy perversa entre ellas, me contaron que entre las mujeres de dicha condición sexual se llaman tíos. Desde que fui consciente de mi instinto anormal he encontrado miles de personas así.
Prácticamente todas las grandes ciudades tienen algún lugar de encuentro para tales individuos, así como también un paseo. En las ciudades más pequeñas hay relativamente pocas tías, aunque en un pueblo pequeño de 2.300 habitantes encontré ocho y, en uno de 7.000, dieciocho de los que estuve absolutamente seguro. Para qué hablar de los que no sospeché. En mi propia ciudad, de 30.000 habitantes, conozco personalmente más de ciento veinte tías. La mayor parte de ellos, y yo en especial, poseemos la capacidad de saber de inmediato si son como nosotros o no, lo que, en la lengua de las tías, se llama entender. Mis amigos se asombran con frecuencia de la certeza de mis juicios. Hay individuos que son aparentemente muy masculinos y que yo reconozco a primera vista. Yo soy capaz de comportarme de una manera tan masculina, que en los círculos donde que he sido introducido por amigos, llegan a dudar de mi autenticidad; pero cuando estoy inspirado puedo actuar exactamente como una mujer.
Puesto que la mayoría de las tías no se lamentan en absoluto de su anormalidad (yo tampoco) y encontrarían triste cambiar de condición, y puesto que lo congénito, según mi propia experiencia, no puede ser alterado, nuestra única esperanza reside en la posibilidad de que cambien las leyes que la tipifican, de modo que sólo la violación o la comisión de una ofensa pública, cuando lleguen a ser probadas, sean punibles."