En 1886 la señora. R, de treinta y cinco años de edad y elevada posición social, fue traída a mi consulta por su marido. Su padre era un doctor muy neuropáta. Su abuelo paterno era robusto, normal y había alcanzado la edad de noventa y seis años; no contamos con datos acerca de su abuela paterna. Todos los hijos de la familia paterna habían sido nerviosos. La madre de la paciente también era nerviosa y sufría de asma. Los abuelos maternos gozaban de buena salud. Una de las hermanas de su madre sufría de melancolía.
Desde los diez años la paciente había padecido habitualmente dolores de cabeza. A excepción del sarampión, no tuvo otras enfermedades. Era inteligente y había gozado de una educación excelente, demostrando especial talento por la música y las lenguas. Se preparó para ser institutriz. Durante su adolescencia trabajó mentalmente con gran ahinco. A los diecisiete sufrió un ataque de melancolía durante algunos meses.
La paciente afirmó que siempre se había sentido atraída por su propio sexo, y que el único interés que le despertaban los hombres era el estético. Nunca le agradaron los trabajos femeninos y de pequeña prefería jugar con niños.
Confesó haber estado bien hasta los veintisiete años. Entonces, sin ninguna causa externa aparente, empezó a sentirse deprimida, a considerarse a sí misma mala y pecadora, sin ganas de nada y a padecer de insomnio. Se vio además invadida por extrañas ideas: pensar en su muerte y en la de sus parientes. Al cabo de cinco meses se recuperó. Se hizo institutriz y trabajó de manera excesiva, pero aguantó bien: únicamente sufría algunos síntomas neurasténicos ocasionales e irritación espinal.
Cuando tenía veintiocho años conoció a una mujer cinco años más joven que ella de la que se enamoró. Su amor fue correspondido. Se trataba de un amor muy sensual; se satisfacían mediante la masturbación mutua. "La amé como a un dios, ya que su alma es muy noble", afirmó al referirse a ella. La relación duró cuatro años, pero terminó con el desafortunado matrimonio de su amiga.
En 1885, después de grandes tensiones emocionales, la paciente enfermó. Tenía síntomas de neurastenia histérica: dispepsia, irritación espinal, ataques espasmódicos tónicos, ataques de hemiopía con jaquecas y afasia transitoria, así como descargas anales y vaginales. En febrero de 1886 todos estos síntomas desaparecieron y en marzo conoció a su actual marido, con quien se casó sin pensarlo mucho, ya que él era rico, estaba muy enamorado de ella y tenían afinidad de caracteres.
Cuando el 6 de abril leyó una plegaria (la muerte nos llega a todos) regresaron las antiguas ideas sobre la muerte, como un relámpago que repentinamente ilumina el cielo. No podía evitar pensar en horrorosas escenas de muerte que a afectaban tanto a ella como a sus allegados. Entonces perdió el sueño y el gusto por todo, pero su condición fue mejorando lentamente. A finales de mayo de 1886 ya estaba casada, aunque aún se sentía inquieta: pensaba que acarrearía desgracias a su marido ya sus seres queridos.
La primera relación con su marido fue el 6 de junio de 1886, pero la experiencia la dejó profundamente deprimida, ya que no era aquél su concepto del matrimonio. Él realmente la amaba, e hizo todo lo posible por tranquilizarla. Los médicos la aconsejaron que se quedara embarazada. El marido no podía comprender el extraño comportamiento de su mujer. Ella era agradable con él y aceptaba sus caricias, pero a la hora de realizar el coito era totalmente pasiva y, al terminar, se sentía cansada, agotada, nerviosa e inquieta todo el día, con irritación espinal.
Durante el viaje de novios volvió a ver a su antigua amiga, que desde hacía tres años soportaba el martirio de un matrimonio desgraciado. Las dos mujeres temblaron de alegría y de excitación al abrazarse, y se hicieron inseparables. El marido, al comprender que aquélla era una amistad extraña, adelantó el regreso, y cuando leyó la correspondencia de su mujer con esta amiga, se dio cuenta de que parecían amantes.
La señora R se quedó embarazada, y durante la gestación desaparecieron la depresión y las ideas obsesivas, pero a las nueve semanas de embarazo, en septiembre, abortó, y los síntomas de neurastenia histérica reaparecieron.
En la consulta la paciente parecía una persona muy neuropática y trastornada. No es posible describir adecuadamente la expresión neuropática que había en sus ojos. Su aspecto era totalmente femenino, y a excepción de una bóveda del paladar muy estrecha, no existía anormalidad esquelética. Resultaba difícil lograr que la paciente revelara detalles de su anormalidad sexual. Se quejó de que se había casado sin saber lo que era el matrimonio entre hombres y mujeres. Amaba profundamente a su marido por sus cualidades mentales, pero las relaciones sexuales con él le resultaban insufribles: las afrontaba de mala gana, sin alcanzar ninguna satisfacción, y después se sentía cansada y exhausta el resto del día. Desde su aborto, los médicos le prohibieron mantener relaciones sexuales y eso la hizo sentirse mejor; no obstante, pensaba en el futuro con horror.
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Dioses!!!! esta fue muy triste... es una condicion mental, muy triste...
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