Estas son las confesiones que me hizo un paciente:
"Tengo treinta y cinco años y soy normal tanto mental como físicamente. No conozco ningún caso de trastorno mental entre mis parientes directos ni entre los más lejanos. Hasta donde sé, a mi padre, que cuando yo nací tenía treinta años, le gustaban las mujeres grandes y sensuales.
Desde la niñez me gustaba deleitarme en fantasías sobre el poder absoluto de un hombre ejercido sobre los otros. La esclavitud tenía algo de excitante para mí, tanto desde el punto de vista del amo como del sometido. Que un hombre pudiera poseer, vender o azotar a otro me producía una tremenda excitación, y la lectura de La cabaña del tio Tom al principio de mi pubertad me provocó erecciones. Me resultaba particularmente excitante la imagen de un hombre enganchado a un carro mientras que otro hombre, sentado con un látigo y haciendo de conductor, lo azotaba.
Hasta los veinte años estas ideas fueron únicamente fantasías asexuadas: el subyugado era otro, nunca yo, y el amo no era necesariamente una mujer. Tales ideas, por tanto, carecían de efecto sobre mis deseos sexuales o sobre la manera en que los ponía en práctica. Aunque dichas fantasías me ocasionaban erecciones, aún no me había masturbado nunca en mi vida, y desde los diecinueve había practicado el coito sin estimularme con ellas. Siempre tuve una gran preferencia por las mujeres maduras, grandes y sensuales, aunque no despreciaba a las más jóvenes.
Después de cumplir veintiún años esto se hizo más objetivo, y empezó a hacerse esencial para mi que el ama fuera una mujer con más de cuarenta años, alta y fuerte. Además, a partir de entonces me convertí en el sujeto de mis fantasías. El ama era una mujer ruda, que me utilizaba en todos los sentidos, incluido el sexual; me enjaezaba al carro y me sacaba para que le diera un paseo; yo debía seguirla como un perro y me acostaba desnudo a sus pies; me castigaba con azotes. Éste era el elemento constante en mis fantasías, en torno al cual se agrupaban todas las demás. Siempre encontraba en ello un infinito placer que me provocaba erecciones, pero nunca eyaculaciones. Como resultado de la excitación sexual, buscaba inmediatamente una mujer, preferiblemente alguna que se correspondiese con mi ideal, y me ayuntaba con ella sin la ayuda de estas fantasías, y a veces incluso sin pensar para nada en ellas durante el acto. Sin embargo, también sentía inclinación hacia mujeres de un tipo diferente y practicaba el coito con ellas sin hacer uso de estas ideas.
A pesar de todo, aún mi vida no era demasiado anormal desde el punto de vista sexual; estas ideas solían aparecer periódicamente y han permanecido invariables. Pero al crecer el deseo sexual, los intervalos han ido haciéndose más cortos, y en la actualidad los ataques aparecen cada dos o tres semanas. Cuando he tenido relaciones sexuales recientemente, la aparición de las fantasías tarda más en llegar. Nunca he intentado llevar a cabo mis ideas, es decir, conectarlas con la realidad exterior, sino que me he contentado con vivirlas en el pensamiento, porque estaba convencido de que su realización quedaría muy por debajo de mi ideal. Pensar en una escena fingida con prostitutas pagadas me pareció siempre algo estúpido y sin sentido, ya que jamás podría una persona contratada ocupar el lugar de mi cruel ama imaginaria. Dudo que existan mujeres como las heroínas de Sacher-Masoch, pero en caso de que existieran y yo tuviese la fortuna de encontrar alguna de ellas, incluso así, en el mundo de la realidad el coito me parecería sólo una farsa. Además, he de decir que, en el caso supuesto de que llegase a ser el esclavo de alguna Mesalina, creo que me cansaría pronto de ese tipo de vida, por los sacrificios que tendría que hacer, y en mis intervalos de lucidez haría todos los esfuerzos necesarios para obtener la libertad a toda costa.
No obstante, he encontrado una manera con la que llevar a cabo, en cierto modo, la realización de estas fantasías. Cuando el deseo sexual ha alcanzado su grado más alto imaginando este tipo de escenas, acudo a una prostituta y allí rememoro con el ojo de la mente, y con gran intensidad, alguna de las imágenes que he mencionado, en la que yo represento el papel principal. Después de pensar en una situación así durante una media llora, copulo con un placer cada vez mayor y con una potente eyaculación, después de lo la visión se aleja de mi pensamiento. Avergonzado, me voy de allí a toda prisa e intento no pensar más en el asunto. Luego, durante unas dos semanas, no vuelvo a tener ideas semejantes. Después de un coito particularmente satisfactorio, puede suceder que hasta el próximo ataque ni siquiera recuerde con agrado las ideas masoquistas. Pero tarde o temprano tendrá lugar el siguiente ataque. He de decir, no obstante, que también he tenido relaciones sexuales sin estar inflamado por tales ideas, especialmente con mujeres que me conocen y están al tanto de mi situación, y en cuya presencia renuncio a tales fantasías. En dichas circunstancias, sin embargo, no siempre soy tan potente, mientras que con la ayuda de las ideas masoquistas mi virilidad es perfecta. No me parece superfluo añadir que tanto en mi manera de pensar como de sentir soy una persona muy estética y aborrezco los malos tratos hacia cualquier ser humano.
Por último, no dejaré de mencionar el hecho que para mi el tratamiento es algo fundamental. En mis fantasías es esencial que el ama se dirija a mí en segunda persona, mientras que yo debo hablarle respetuosamente y en tercera. Esta circunstancia de ser tuteado por una persona tan ilustre, como expresión de dominio absoluto, me ha proporcionado desde mi juventud un enorme placer sensual, y sigue haciéndolo.
Tuve la fortuna de encontrar una esposa que me resulta atractiva en todo, y sobre todo en el plano sexual; pero ni que decir tiene que no se atiene en nada a mis ideales masoquistas. Es amable, aunque sensual, pues sin esta última característica yo no podría concebir algo como el encanto sexual. Los primeros meses de vida matrimonial fueron sexualmente normales; los ataques masoquistas no aparecieron y casi me olvidé ellos. Pero luego nació nuestro primer hijo, con la necesaria abstinencia. Fue entonces cuando, de manera puntual y con el aumento de la libido, llegaron de nuevo las fantasías masoquistas; a pesar del gran amor que siento hacia mi esposa, necesité realizar el coito con otra, acompañado de mis ideas masoquistas. Resulta digno de señalar que la cópula marital, que reanudamos después, no fue suficiente ya para desterrar las ideas masoquistas.
En lo relativo al elemento esencial del masoquismo, opino que el elemento mental es el verdadero objetivo. Si la realización de las ideas masoquistas (la flagelación pasiva, por ejemplo) fueran el fin deseado, contradirían el hecho de que la mayoría de los masoquistas nunca las ponen en práctica, o bien, cuando lo intentan quedan decepcionados, pues la satisfacción deja mucho que desear.
Para terminar, debería mencionar que, según mi experiencia, el número de masoquistas, especialmente en las grandes ciudades, parece ser bastante considerable. Puesto que los hombres no suelen dan a conocer estas cosas, las únicas fuentes de tal información son las declaraciones de las prostitutas, y como concuerdan en los puntos esenciales, ciertos hechos pueden darse por probados.
El hecho es que toda prostituta con experiencia guarda algún instrumento conveniente para la flagelación, en general un látigo. Pero no hay que olvidar que algunos hombres se hacen azotar simplemente para aumentar su placer sexual; estos, en contraste con los verdaderos masoquistas, consideran la flagelación como un medio para obtener un fin.
1 MASTURBÀ TU MENTE PARA QUE EYACULE BUENAS IDEAS:
muy bueno eso
Bezo Zombillo!
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